Adentrarse en el Museo de Bellas Artes de Bilbao es un privilegio, y ser plenamente consciente de ello contribuye a disfrutar en plenitud de todo lo que ofrece. Cada rincón aporta estímulos; cada mirada, querencias. Es un espacio que eleva al visitante por encima de su habitualidad, que se adentra en los recovecos más inhóspitos de su sensibilidad. Posee una atmósfera de marca. De las que aúnan solera y modernidad, de prestigio ganado a pulso. Y la ciudad que deslumbra por doquier es su mejor complemento. Se merecen mutuamente.
La centenaria institución ─fundada en 1908 y abierta al público en 1914─ tiene en su actual director, Miguel Zugaza, al mejor de los anfitriones. De trayectoria excelsa, su talento también se refleja en su bonhomía, en su cercanía; y de ese rasgo de excelencia está imbuido el equipo de profesionales que lo rodea. Va de suyo, pues, que la obra expuesta siempre sea primorosa: la suma de la colección permanente y las exposiciones temporales acuña la vocación de ser referencia ineludible para quien ame el arte o, simplemente, sepa apreciarlo en lo fundamental.
Es éste otro verano inspirador en el museo, de evocación existencial. Los caminos con destino a alguna parte llevan a su puerta. Tras cruzar el umbral asoma la certidumbre: la huella que deja el talento es imperecedera, no hay paso del tiempo que la corrompa. Lo que allí se expone no es un mero eco de lo que fue. Porque sigue siendo, con toda la fuerza de cuando fue creado. La tiene la exposición de Joos van Cleve, la de Zuloaga, o la de los Goyas de Zubieta. También la de los Zubiaurre, los hermanos Valentín y Ramón, de origen vasco y afincados en Madrid. Renombrados pintores de los albores del siglo pasado que experimentaron con la fotografía y el cine.
Llevaron ambas tecnologías, aún incipientes, a su espacio privado, mezclando realidad y ficción, y ahora nos miran a un siglo de distancia desde territorio inexplorado, con la verdad que transmiten los puntos de partida y el amateurismo. Se conservan más de 1.200 fotografías y 27 películas suyas, y la muestra patrocinada por Petronor, abierta al público hasta el 6 de octubre, permite tener acceso a una selección cuidada al detalle. El registro de la vida familiar cámara de cine en ristre desde 1929 tuvo su directo antecedente en la forma de hilvanar instantáneas a modo de relato que los dos cultivaron a partir de 1898. Así, la cultura visual adquirida gracias a su formación pictórica alcanzó progresivamente nuevas cotas, valiéndose de avances técnicos que constituían auténticos hitos.
La exposición ofrece una experiencia inmersiva. Y holística. El todo es mucho más que la mera adición de las partes. El universo de los Zubiaurre aparece coherente y compacto, como un puzle que trasciende a sus piezas: las entrañables estampas familiares no son sólo eso. Dan testimonio, sí; pero también interpelan. Sobre la necesidad de comunicarse entonces y hoy. Acerca de la forma de mostrarse ante los demás, de tratar de desbordar la limitada escala humana valiéndose de la tecnología más puntera, que nos hechiza. Y en el fondo siempre están las personas, sus vivencias, sus anhelos, sus miedos. Cien años después, Valentín y Ramón siguen llenos de vida en Garai, en Durango o en Ondarroa. Merece la pena salir a su encuentro.
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La muestra, patrocinada por Petronor, está abierta hasta el 6 de octubre. |
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