El cierre contable de cada año mide el tino en la gestión de una empresa. Marca la pauta de su desenvolvimiento y determina el horizonte de futuro que le aguarda. Desde el taller más modesto hasta la factoría más lustrosa requieren de un pulso sostenido por la diligencia de sus gestores para doblar la esquina que marca el último rincón del calendario proyectando una sombra robusta, que dé cobijo a nuevos retos, que siga sumando valor. Dirigir una empresa no es una actividad plácida, reservada a espíritus acomodaticios o pusilánimes. Exige una dedicación extenuante, un olfato bien adiestrado y la mezcla justa de ambición y realismo. Sobre esos mimbres se han construido grandes realidades, proyectos que definen el devenir económico de una sociedad, que tupen un tejido social de bienestar colectivo.
Proferir denuestos de forma maniquea contra el empresariado ha servido de aliviadero existencial a determinados sectores, aferrados a esquemas de tiempos que ya eran pretéritos incluso hace décadas. Porque nada se construye sin emprendimiento, sin riesgo. Tampoco sin empatía social. Es la suma que hace posible avanzar desde la cohesión, desde la confluencia de intereses. Ese delicado equilibrio nos ha permitido vivir en uno de los mejores mundos posibles, en el que un sector productivo pujante y una sensibilidad social compartida sostienen servicios públicos universales y de calidad. Siempre habrá ensoñaciones y quimeras que busquen emborronar lo tangible, pero basta mirar casi a cualquier punto cardinal para valorarlo en su justa medida. No en vano, las grandes proclamas miopes se manejan mal a ras de suelo y son las aportaciones prácticas realistas e incluyentes de cada día las que dinamizan en positivo cualquier sociedad.
No hay actividad económica fácil hoy en día. La globalización ha modificado los parámetros de antaño, las reglas de juego tradicionales, los cánones establecidos. Sólo la capacidad de adaptación a un contexto de escala global, sujeto a todo tipo de vicisitudes, garantiza la supervivencia. Refugiarse timorato en la orilla ya no sirve. Hay que zambullirse en el mar, bien pertrechado, con una capacidad de resistencia acreditada. No sirven las brazadas incoherentes, ni el aleteo agitado. Son el dominio de la respiración o la armonía en los movimientos los que dan fuelle a las brazadas.
Nuestro sector energético es, en este contexto, un agente tractor de primer nivel, que afronta de cara la transición hacia un cambio de paradigma. Y lo hace desde la previsión, la innovación y la eficiencia. Haciendo de la mejora continua su seña de identidad, comprometiéndose sin ambages con los grandes retos de nuestro tiempo. Así, la presentación de los resultados de 2018 por parte de Petronor no ha sido una mera sucesión de cifras, sino un capítulo más de un compromiso múltiple. Con su entorno y con el conjunto de la sociedad. 826 son los millones aportados a las arcas forales vizcaínas el año pasado. El 10,6% de la recaudación neta, ni más ni menos. Dineral que revierte en multitud de servicios y programas públicos. En actuaciones concretas que son sinónimo de bienestar para ciudadanos de carne y hueso: la vecina mayor de al lado, el primo con problemas o nosotros mismos.
Para alcanzar tales magnitudes, la refinería se situó casi al límite de su capacidad de producción −11’9 millones de toneladas−, logró un ahorro energético en consumos y mermas de 35.000 toneladas de gas natural y dio de sí el mayor volumen histórico de destilación, procesando 78,7 millones de barriles. La actividad de Petronor supuso el 47,29% del tráfico del puerto de Bilbao, con un total de 498 buques, superando en más de tres puntos el porcentaje de 2017. Todo ello da idea de su peso en la economía vizcaína, de lo que supone su pervivencia no ya para sus trabajadores o quienes se desempeñan en multitud de empresas traccionadas, sino para cualquier habitante del territorio. Los 176,3 millones de euros de beneficio después de impuestos son el fruto del rigor de todo un año en el que destacó la volatilidad de los precios del petróleo.
Resulta ocioso hablar de empresas y abstraerse de lo que aportan, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. La manida imagen del empresario de colmillo afilado es parte de un imaginario simplista y trasnochado, ajeno a la realidad más común en Euskadi. La gran mayoría buscan optimizar sus procesos productivos también como forma de seguir bien engarzados con su entorno, desde una simbiosis entre beneficios y responsabilidad social. En eso está Petronor, avanzando por una senda bien trazada, alumbrando el futuro con luces cortas y largas. En el camino de ser la refinería de referencia en la fachada atlántica europea, gracias a una visión estratégica audaz que le ha permitido tomar impulso a tiempo para seguir dando grandes saltos.
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Petronor se situó en 2018 casi en el máximo de su capacidad de producción. |
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