Rendir culto a la cocina es un rasgo intrínseco de Euskadi, uno de los elementos preferentes que conforman su personalidad, hasta el punto de ser distintivo. Pocas devociones hay que aúnen tantas voluntades, que sirvan de asidero tan transversal. Convertir en cultura un acto tan común como el comer pasa por dar a la vida un significado que haga del significante sinónimo de bienestar, de convertir la pura necesidad en placer. Sentarse en torno a una mesa adquiere de esa manera una dimensión ceremonial, en la que tanto la elaboración previa del producto como su posterior disfrute obligan y vinculan a todos los presentes como en una suerte de hermandad en la que cada cual debe ofrendar en favor de quienes lo rodean. Es así que esa comunión gastronómica ha obrado grandes prodigios en favor de la concordia y la convivencia.
La cocina vasca es cumbre de talento con memoria, manos mañosas y paladares exquisitos. Cima del encuentro nada casual entre producto y elaboración. El influjo del sol es, a su vez, sinónimo de vida. Sustento del ser. La conexión entre ambos sólo puede ofrecer productos suculentos, primorosos. Esa convicción es la que ha radicado en San Sebastián la gala de los Soles Repsol en el 40 aniversario de la prestigiosa guía que lleva el nombre de la compañía multienergética. La publicación ha renovado continente al entrar en la plena madurez, proyectando asimismo en el contenido el legado de cuatro décadas de excelencia. Con ese bagaje, la referencialidad alcanzada desde una visión propia e intransferible de la cocina se apresta ahora a alcanzar nuevos hitos.
No es una mera declaración de intenciones. Al asesoramiento de la Real Academia de Gastronomía y las academias autonómicas se le suman nuevas fuentes de información: se ha creado un comité de expertos que provienen de diversos ámbitos, con un exhaustivo conocimiento de la materia. También se está trabajando codo a codo con el Basque Culinary Center para afinar aún más el sistema de calificación. Y se va a centrar el foco en las mujeres chefs, poco reconocidas tradicionalmente de forma injusta. Como subrayó en el evento el consejero delegado de Repsol Josu Jon Imaz, la guía seguirá orientada a ser un instrumento fundamental para el reconocimiento y socialización de la gastronomía en España, “incidiendo en lo local como elemento de referencia”, a través de los medios más actuales como Internet, una app y las redes sociales. “Y siempre de la mano de los servicios de un grupo como Repsol, que sabe mucho de clientes, de servicios a los usuarios”, agregó.
La gala no sirvió sólo para anunciar sus correspondientes Soles a los galardonados en esta edición, virtuosos todos ellos, expendedores de felicidad. También fue el marco idóneo para tributar un merecidísimo homenaje a Juan Mari Arzak, sumo sacerdote de la cocina vasca y universal, hacedor de milagros culinarios, maestro de maestros. Evidencia viva de que la bonhomía, la cercanía y la sencillez hacen más grandes incluso a los gigantes. Josu Jon Imaz le hizo entrega de un Sol especial por ser el único cocinero que a lo largo de estos 40 años ha mantenido la máxima calificación gastronómica. No resulta extraño en quien es la estrella en torno a la que orbitan las demás.
Nadie personifica como Arzak el maridaje ideal entre el tesón, el buen hacer y el éxito. Su forma de ser y de trabajar es la perfecta compilación de la aportación vasca a la cocina mundial. Porque ser pequeños en lo geográfico no es ningún problema para alcanzar el reconocimiento global cuando hay verdad en lo que se aporta. Cuando, como en este caso, la cocina es auténtico producto y transmisor de una forma de ver el mundo, de disfrutar de cada día. Y es que, como muestra la historia, los vascos son imparables cuando se proponen dar lo mejor de sí mismos.
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Los Soles Repsol son referente de la mejor gastronomía. |
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