Ha sido el Fondo Monetario Internacional (FMI) el que ha dado la voz de alarma sobre la situación de la banca italiana. Esta advertencia ha generado, a su vez, una honda preocupación en el seno de la Unión Europea (UE), ya que la economía italiana es la tercera de la Eurozona. Los próximos meses van a ser complicados para la estabilidad del sector bancario del país transalpino, e incluso se habla de que el Estado podría salir en los próximos días a su rescate con el visto bueno del Banco Central Europeo (BCE). Las turbulencias del pasado amenazan con dar serios problemas nuevamente y es lo que se pretende cortar de raíz antes de que la situación entre en una espiral de complicaciones por doquier. En última instancia se trata de evitar un contagio al resto de economías europeas, lo que podría desencadenar una nueva crisis de gran calado y trascendencia.
El FMI ha publicado su informe anual sobre la economía y en el mismo revisa a la baja el crecimiento de Italia, aunque reconoce los esfuerzos reformadores del primer ministro Matteo Renzi. Sobre todo destaca su dedicación a los problemas de los bancos en apuros del país, que tienen en sus balances créditos morosos por unos 360.000 millones de euros. Renzi ha mantenido unas relaciones complicadas con la UE y el BCE, aunque en esta ocasión ha vistos cumplidos sus deseos de que las instituciones europeas acepten sus peticiones de mayor flexibilidad fiscal, en lo referente al cumplimiento del déficit. Según el premier italiano la gestión de la crisis de los refugiados, las políticas de austeridad y otras cuestiones como la Unión Bancaria habían deteriorado unas relaciones que ahora tienden a mejorar. No obstante, Alemania sigue siendo la más dura frente a las pretensiones y quejas italianas.
El FMI augura que Italia crecerá en 2016 algo por debajo del 1%. No alcanzará esa cifra hasta el año que viene. Son previsiones peores que las realizadas por el mismo organismo antes de que los ciudadanos británicos votaran en referéndum a favor del Brexit. Hasta ese momento el Fondo consideraba que la economía italiana iba a crecer un 1,1% en 2016 y un 1,3% en 2017. Eso ha quedado trastocado y no será hasta 2020 y posteriores cuando Italia recupere un PIB equiparable al previo a la crisis.
En ese escenario, el sistema bancario italiano da motivos para la preocupación. Parece que comienza a producirse cierta estabilización de la morosidad y que la rentabilidad da signos positivos, pero el elevado volumen de préstamos morosos y la necesidad de provisionarlos han frenado los ingresos de las entidades, limitando a su vez la capacidad de la banca italiana para generar colchones, ralentizando así su saneamiento. Por tanto, sanear los balances es una prioridad en opinión del FMI ya que, a su juicio, permitirá reactivar la concesión de nuevos préstamos, que llegarán a familias y empresas, dando el espaldarazo a una recuperación económica de bases sólidas.
Como ha quedado dicho, los principales problemas para Italia llegan desde Alemania. La gran coalición de Angela Merkel se opone a la posibilidad de rescatar con fondos públicos a los bancos italianos y exige respeto para las normas aprobadas por los socios europeos. Merkel confía en que las instituciones comunitarias resuelvan de forma adecuada los problemas de la banca italiana, aunque no todas las voces de su gobierno son tan optimistas ni benévolas. El portavoz parlamentario de su partido ha declarado que la ruptura de las reglas sería "totalmente inaceptable". La vía que proponen los alemanes consiste en que Italia lleve a cabo el rescate interno establecido por la normativa europea. A saber: aplicar pérdidas en los accionistas y acreedores antes que tener que recurrir a fondos públicos y después compensar a esos inversores minoristas a través de los presupuestos. Pero Renzi se niega. El tiempo apremia y pronto se sabrá cuáles son las soluciones aplicadas para que el problema no se desboque definitivamente.
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