Este pasado 4 de julio, día de la independencia de los Estados Unidos, una nave espacial del tamaño de una cancha de baloncesto, propulsada por energía solar, ha volado a unos 4.667 kilómetros de las nubes del planeta más grande del Sistema Solar, Júpiter. Juno, que así se llama el artefacto, encendió su motor principal durante 35 minutos y se colocó en una órbita polar alrededor del gigante gaseoso. Según informó la Nasa, durante sus sobrevuelos, Juno investigará más allá de la oscura capa de Júpiter y la estudiará para aprender más acerca de los orígenes del planeta, de su estructura, atmósfera y magnetosfera.
Los 37 encuentros cercanos previstos durante la misión van a superar el récord anterior establecido en 1974 por la nave Pioneer 11, que pasó a 43.000 kilómetros de Júpiter. Pero acercarse tanto al planeta como en esta ocasión tiene un precio, que pagará cada vez que la órbita de Juno lo arrastre hacia turbulentos remolinos de nubes de color naranja, blanco, rojo y marrón que cubren el gigante gaseoso. Y es que los problemas potenciales de la misión son numerosos.
Muy por debajo de las nubes de Júpiter hay una capa de hidrógeno bajo una presión increíble que actúa como un conductor eléctrico. Los científicos consideran que la combinación de este hidrógeno metálico, junto con la rápida rotación de Júpiter —un día de Júpiter tiene sólo 10 horas de duración—, genera un campo magnético de gran alcance que rodea el planeta con electrones, protones e iones que viajan casi a la velocidad de la luz. El final de la partida para cualquier nave espacial que entra en este campo en forma de rosquilla de partículas de alta energía es un encuentro con el ambiente de radiación más duro del Sistema Solar.
Sin su bóveda de titanio, que contiene el ordenador de vuelo de la nave espacial y los núcleos electrónicos de muchos de los instrumentos científicos, el cerebro del prodigio sucumbiría antes de que finalizase el primer sobrevuelo del planeta. Pero, mientras que 172 kilos de titanio pueden hacer cosas increíbles, no puede hacerlo siempre en un entorno de radiación extrema como la de Júpiter. La cantidad y la energía de las partículas de alta energía es, simplemente, excesiva. No obstante, la órbita de Juno permite que las dosis de radiación y la degradación se acumulen lentamente, permitiéndole hacer una cantidad notable de estudios científicos durante los siguientes 20 meses.
En estas condiciones, Juno pretende resolver varios enigmas relacionados con el cuerpo más influyente de nuestro sistema planetario después de Sol. Por ejemplo, sus instrumentos permitirán analizar con precisión el campo gravitatorio y el campo magnético de Júpiter, desvelando la estructura interior del planeta y la masa de su núcleo. Además, debajo del manto del gigante se puede contemplar la historia del Sistema Solar.
Uno de los elementos más interesantes de la atmósfera de Júpiter es el agua. Conocer la cantidad que contiene permitirá saber si se formó en la misma posición del Sistema Solar donde se halla ahora o si lo hizo en otro lugar. Esto es importante para entender también la historia de otros planetas. Hay teorías que indican que los movimientos del planeta gigante pudieron barrer y recolocar otros planetas menores durante los primeros años de evolución del sistema planetario, y el análisis del agua en su atmósfera dará pistas para comprender aquellos movimientos. Además, también resulta relevante que la cantidad de agua de Júpiter pueda dar una idea de la que hubo durante la formación del Sistema Solar, ya que permitirá deducir de dónde pudo llegar el agua que hizo posible la aparición de la vida en la Tierra.
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