Desde las 21.20 horas del viernes por la noche resulta difícil escribir sobre otra cosa que no sean los terribles atentados de París que, por el momento, se han saldado con el asesinato a sangre fría de 129 personas. Los medios de comunicación están llenos de detalles acerca de lo acaecido, de la forma en que tres comandos coordinados llevaron a cabo la matanza en otros tantos puntos de la capital francesa. Siete de los terroristas del Estado Islámico (EI), grupo que ha reivindicado la carnicería, murieron en el transcurso de los ataques, seis al hacer estallar los cinturones explosivos que portaban y otro abatido a tiros.
Las reacciones de condena se han sucedido a lo largo y ancho del mundo, mezclando en ellas el estupor y el dolor de los dirigentes mundiales con la firme determinación de hacer frente al grupo que ha ocasionado semejante barbaridad. Este último ataque se ha producido diez meses después de la matanza de Charlie Hebdo, aunque fuera de las fronteras europeas los atentados contra la población civil por parte del EI han sido una constante, con Turquía y el Líbano como algunos de sus exponentes más recientes y dramáticos.
Tras el inmenso derramamiento de sangre en París, el presidente de Francia François Hollande y sus más estrechos y poderosos socios europeos, como Angela Merkel, han mostrado su firme determinación de luchar abiertamente contra el EI al considerar este atentado como una declaración de guerra. Este grupo ya había mostrado su brutalidad sin matices degollando a ciudadanos occidentales que habían caído en sus manos, arrojando a homosexuales desde las azoteas, exterminando a minorías religiosas y, en general, aplastando a cualquier persona o grupo que disintiera de sus proclamas esencialistas derivadas de una particular visión del mundo supuestamente basada en la religión.
Todo apunta a que, a partir de ahora, los líderes mundiales van a actuar, en esencia, en una doble dirección. Por una parte se buscará con urgencia una solución al conflicto sirio, que ha sumido al país en el más absoluto de los desastres y ha servido de caldo de cultivo para todo tipo de fanatismos. La colaboración de Rusia se antoja decisiva para que la empresa culmine con éxito y, después de años de estancamiento, parece que se avanza en la dirección correcta. La estabilidad de Siria e Irak, también la de Libia, resultan esenciales para cerrar el paso al EI y combatirlo hasta su desaparición. En eso consiste, exactamente, la segunda parte de la estrategia internacional. En reforzar la lucha conjunta contra los autores de tantas masacres y en derrotarlos sin ambages ni medias tintas.
El dolor que sacude Francia es el mismo que antes ha destrozado tantas y tantas vidas en otros muchos países. Los principios de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos son irrenunciables y nadie puede combatirlos sin obtener una respuesta serena pero firme por parte de las autoridades europeas. No hay espacio para ideología o creencia alguna que ampare o justifique atrocidades como las cometidas el viernes en las calles parisinas, ciudad abierta, símbolo de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad.
Es el momento de unirse al pesar de toda la población francesa que, en unas circunstancias tan difíciles, está dando muestras, una vez más, de saber responder al horror desde los principios de ciudadanía. La historia de la infamia está repleta de episodios como los que acabaron el viernes con las vidas de un centenar largo de inocentes. Pero prevalecerán los valores que unen a todas las personas de buena voluntad al margen de sus orígenes, ideales políticos o religiones. Nadie podrá acabar con los logros que el país de las luces convirtió en universales.
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