En las sociedades opulentas hablar de la pobreza se antoja molesto, como si fuera algo que hay que esconder bajo la alfombra. Pero la forma de hacer frente a este grave problema da cuenta, también, del grado de desarrollo social de cualquier país, de su nivel de igualdad y, en definitiva, del interés por ampliar la franja de una clase media que es la mejor garantía contra una sociedad dual e injusta. La crisis que ha azotado en los últimos años a Euskadi y a otros muchos países ha sido brutal, provocando graves consecuencias sociales, pero en términos globales los índices de bienestar siguen situando a la zona euro entre las de mayor desarrollo y confort en el mundo. No obstante, las situaciones de exclusión asoman por doquier, con los segmentos poblacionales más vulnerables entre los principales afectados.
Según acaba de trascender, 249.716 vizcaínos han estado en situación de riesgo de pobreza, tomando como referencia la tasa Arope, indicador que tiene en cuenta la renta, los gastos de consumo básico y el empleo. En este punto hay que recalcar que los datos se refieren a 2012, y son parte del primer informe del Observatorio de la Pobreza puesto en marcha en enero del presente año. Bizkaia es la que sufre la tasa más alta de riesgo de pobreza en Euskadi, con un 22,1%, frente al 19,9% de Álava y el 16,5% de Gipuzkoa. Fue la Estrategia EU2020 la que activó la citada tasa Arope (At-Risk-Of Poverty and Exclusion) o tasa de riesgo de pobreza y exclusión social. Como está armonizada a nivel europeo, permite la comparación real y efectiva entre países a través de un indicador que complementa la medición de la pobreza, basada en lo monetario, con aspectos vinculados a la exclusión, combinando factores de renta, privación material severa y baja intensidad del trabajo.
Volviendo al caso de Bizkaia, el mencionado año 2012 había 332.053 personas con dificultades para hacer frente a gastos corrientes, 109.279 que pasaban frío y 39.549 que no podían costearse tres comidas proteínicas a la semana. Era, además, una situación que afectaba especialmente a las mujeres, ya que ellas duplican los porcentajes masculinos en bajos ingresos y baja intensidad laboral y triplican las situaciones de privación material severa. Son datos muy a tener en cuenta de cara al Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, que se conmemora el 17 de octubre, y que posiblemente pasará inadvertido para la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Conocer las cifras sobre la pobreza es el primer paso para poder combatirlas y concienciar a la sociedad. Todo el mundo sabe de personas que lo han pasado o lo están pasando realmente mal tras los embates de la crisis, que han perdido su trabajo y apenas pueden hacer frente a los gastos ordinarios de cualquier casa. No son casos aislados, en absoluto, ya que los datos dados a conocer reflejan decenas de miles de angustias, de gravísimas dificultades para hacer frente a la vida diaria con un mínimo de dignidad.
Frente a esta situación de poco sirve la caridad. Hacen falta políticas de cohesión social, de solidaridad hacia los más desfavorecidos, de inclusión social efectiva. Nuestras ricas sociedades occidentales tienen una cara 'b', la de quienes viven en la precariedad constante, la de los desesperanzados y sufrientes. Y son más de los que pensamos. Las políticas públicas deben tener a ese auténtico ejército de desheredados entre sus principales destinatarios, ofreciéndoles, en primer lugar, cobertura para hacer frente a lo urgente e inmediato y, después, para ayudar a reintegrarlos en dinámicas sociales de prosperidad. De ello depende la salud de nuestro tejido social, porque una sociedad cohesionada y con oportunidades da sentido al concepto de ciudadanía y tiene ante sí un futuro prometedor.
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