miércoles, 19 de agosto de 2015

Supercampeones

Se ha hecho esperar, vaya que sí. 31 años nada más y nada menos. Aquello tan manido de que la fe mueve montañas puede llegar a ser verdad. No en su literalidad ni siempre, aunque el Barcelona se asemeje bastante a un gigante rocoso de trazo imponente. Al Athletic le ha tocado perder varias finales recientemente contra el equipo catalán, pero esa convicción profunda en sus posibilidades, unida a la perseverancia, ha derribado, por fin, un muro que parecía infranqueable. La historia de David y Goliat resuena una vez más. La pausa en la obtención de títulos ha sido larga, pero todas las generaciones de aficionados rojiblancos saben de nuevo lo que se siente cuando el capitán del equipo alza un trofeo ante el delirio general. No será fácil repetir semejante gesta en algún tiempo, ya que la filosofía del Athletic le sitúa en otra órbita, en desventaja futbolística pero en lo más alto en cuanto a la comunión con su entorno, en cuanto a grandeza deportiva y social.  
La Supercopa no es logro menor. Hay que estar entre los grandes para disputarla. Y el equipo rojiblanco lo estuvo la temporada pasada, alcanzando la final de Copa. No es, además, un trofeo que se dirima en un único partido, en el que pueda valer algún tipo de carambola. La logra el mejor a dos choques, con lo que eso supone de demostración de superioridad. Y el Athletic ha conseguido, nada más y nada menos, un resultado global de 5-1 frente a uno de los mejores equipos del mundo, vencedor de la última Liga de Campeones. No habrá 'sextete' para los catalanes, y el mero hecho de que optaran a ello antes de enfrentarse a los bilbaínos refleja la potencia de la máquina comandada por Messi, Iniesta, Neymar, Luis Suárez y compañía.
El retorno del Athletic desde Barcelona y la celebración que llenó las principales calles y plazas de Bilbao son la mejor demostración de lo que es este club, de la fuerza de sus seguidores, del orgullo de una ciudad y de un territorio, de cómo unos colores superan todo tipo de divisiones y diferencias para unir al conjunto de los ciudadanos al son del clamor por el equipo. Pudieron ser 50.000 los que salieron a vitorear a los supercampeones, o incluso más. No es fácil cuantificar con exactitud una marea humana de tal calibre. La intensidad de la emoción que recorrió cada poro de la piel de cada uno de los presentes, o de quienes siguieron todos los actos a través de los medios de comunicación, habla de la profundidad de un sentimiento, de la entrega hacia unos colores.
El Athletic es muy grande, no sólo porque la historia así lo acredite, sino sobre todo por esa capacidad de convertir a cada vizcaíno en un seguidor acérrimo, que se identifica plenamente con el club, con su filosofía, con sus valores. Los hay con más dinero, con mejores plantillas, pero ninguno de ellos puede evitar mirar de reojo hacia Bilbao y admirar lo que es el Athletic, ese estilo único que lo caracteriza. Esa es su mayor proeza, la de ser un faro de referencia ineludible para los valores genuinos del deporte en un mundo futbolístico cada vez más mercantilizado y carente de afectos. El Athletic es todo garra, sentimiento, amor al fútbol de verdad, el que coge vuelo en la cantera, el que se identifica con un escudo y con unos colores desde la niñez. También en eso somos supercampeones.

    

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