Impresiona la dimensión de la tragedia provocada por un
terremoto de intensidad 7,8 y sus consiguientes réplicas en Nepal. Aunque nos
quede muy lejano en la distancia, las imágenes dantescas que los medios de
comunicación transmiten sin cesar hacen que nos sintamos muy cercanos al país
del Himalaya y a sus habitantes. Son ya más de 3.700 los muertos y varios miles
más los heridos y, según la Unicef, cerca de un millón de niños se han visto
afectados de una u otra manera por este suceso y necesitan ayuda urgente.
Habida cuenta de la ubicación del país y de sus endebles infraestructuras, es
fácil de entender el alcance de las consecuencias del seísmo.
La avalancha de información de primera hora es una
característica de este tipo de dramas, pero también lo suele ser, por
desgracia, la progresiva caída en el olvido de los afectados, pasados unos días
o semanas. Haití ha sido uno de los ejemplos más claros. La solidaridad
internacional se vuelca al principio, pero cualquier otra gran noticia se lleva pronto la atención de los focos puestos en el horror provocado por cualquier desastre natural y quienes lo han padecido se
quedan solos con sus carencias de todo tipo.
El hecho de que montañeros de muchas nacionalidades se encontraran en los diferentes campos que abren camino a la cima del Everest, se
hayan visto afectados por gigantescos aludes y haya entre ellos muertos y
desaparecidos, acentuará el interés de los grandes medios de comunicación y de
los gobiernos y los organismos internacionales, pero con fecha de caducidad.
Más allá de afrontar las imperiosas necesidades de primera hora, la solidaridad ha de
ser sostenida en el tiempo para ser eficaz. Haití ayer y Nepal hoy requieren de
un ingente volumen de ayudas que han de ser bien canalizadas por las
autoridades locales. Las víctimas deben ser las únicas beneficiarias para que, en
el marco de un enorme drama humano que es irreversible para miles y miles de
personas, se puedan paliar los efectos del terremoto a medio y largo plazo,
abriendo nuevas vías de cooperación y desarrollo. Los particulares podemos
ayudar de muy diversas maneras y exigiendo a nuestros gobiernos una implicación
real y coordinada, muy por encima de la mera repatriación de los afectados de
cada país y de las ayudas de emergencia. Todo hará falta.
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