domingo, 22 de marzo de 2015

Un Papa distinto

A estas alturas de su pontificado, pocos dudan ya de las diferencias entre el Papa Francisco y sus inmediatos predecesores en el cargo. No se trata solo de una cuestión de estilo, que también, sino, sobre todo, de agenda, de contenidos, de prioridades. La Iglesia católica corría un serio riesgo de aparecer íntima y casi exclusivamente asociada a determinadas élites sociales y a ideologías conservadoras muy concretas, y el actual pontífice argentino ha abierto el foco hacia sectores que se sentían marginados o directamente rechazados por el Vaticano. Así, Francisco ha hecho permanente hincapié en la necesidad de dar cobertura a las clases más pobres y desfavorecidas, a quienes más carecen de lo elemental, a aquellos cuya dignidad humana es puesta en entredicho en una sociedad en la que parece que se vale en función de lo que se tiene. También otros sectores que venían siendo tratados con distancia, como los divorciados o los homosexuales, han recibido palabras de consuelo, comprensión e incluso apoyo por parte del Papa.  
Pero no se ha quedado en las meras declaraciones. Ha demostrado ser un hombre de acción, que pretende dar pasos concretos para apoyar a los más desfavorecidos y denunciar a quienes violentan la justicia social. Este pasado sábado, sin ir más lejos, ha denunciado en Nápoles, tradicional feudo de la Camorra, “las lisonjas del beneficio fácil y deshonesto”, señalando que “una sociedad corrupta apesta” y “no es cristiano quien se deja corromper”. Tras celebrar una misa ante 60.000 personas, el sumo pontífice se trasladó a una cárcel cercana para almorzar con 90 reclusos, entre quienes había una decena de transexuales y homosexuales instalados en una sección especial de la prisión.

Francisco demuestra día a día que no se quiere limitar a las declaraciones de intenciones, que desea ir mucho más allá. La Iglesia, acosada por escándalos económicos y por numerosos casos de abusos sexuales, necesitaba un cambio radical, un acercamiento a los más necesitados, a quienes más sufren, una vuelta a sus orígenes. Solo así recobrará la credibilidad perdida a ojos de muchos creyentes, y el actual obispo de Roma está haciendo ese recorrido difícil y complejo con gran naturalidad y convicción. La Iglesia debe dar permanentes muestras de servicio, de denuncia de las injusticias, de apoyo a los desheredados, a los marginados, con un mensaje social avanzado, puesto al día. Se está caminando en esa dirección. Es de justicia reconocérselo a un Papa distinto, en las formas y en el fondo.

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