martes, 24 de marzo de 2015

Ocho minutos

Al tener conocimiento este mediodía del terrible accidente aéreo que se ha producido en los Alpes franceses me ha venido a la memoria una frase del gran escritor ruso Vladimir Nabokov en la que señaló que “nuestra existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de oscuridad”. Por mucho que uno se empeñe, las palabras nunca alcanzan para reflejar en toda su crudeza lo acaecido al A-320 de la compañía Germanwings que se ha desplomado de forma súbita mientras realizaba el trayecto entre Barcelona y Düsseldorf. Según las primeras informaciones, el aparato siniestrado cayó más de 7.000 metros en apenas ocho minutos hasta estrellarse en una zona remota de difícil acceso, y se desconoce por qué los pilotos no pudieron rectificar la situación. Pone la carne de gallina imaginar el pánico del pasaje en semejante tesitura.
Los detalles que se van conociendo no hacen sino aumentar la desolación producida por la noticia. En el avión viajaban 150 personas, 144 pasajeros y seis miembros de la tripulación. Entre los primeros había dos bebés y un grupo de 16 chavales de un instituto alemán que habían pasado unos días en Catalunya mediante un intercambio entre centros educativos. El factor humano, el conocimiento de las identidades de los pasajeros y sus perfiles personales, da muestra siempre en toda su crudeza de lo que el accidente se ha llevado por delante. No hay consuelo posible para sus familiares y allegados, que pasaron de forma súbita de despedirlos en el aeropuerto o de estar a punto de recibirlos a perderlos de manera definitiva.

Este tipo de sucesos tan impactantes nos provocan preguntas para las que no tenemos respuesta, idénticas a aquellas que los seres humanos se han venido haciendo desde los tiempos más remotos. Las posibles respuestas suelen ser desoladoras. Es verdad que cada día mueren en el mundo de forma terrible muchísimas personas, pero estos siniestros que afectan simultáneamente a tanta gente muy cerca de nosotros nos abruman de una manera especial. El avión sigue siendo el medio más seguro para viajar, aunque, al sentirnos tan vulnerables en el aire, a todos nos produzca escalofríos recordar estos accidentes en cualquier trayecto que realicemos. A estas alturas sólo cabe desear que las labores de rescate se produzcan cuanto antes y apoyar a quienes están viviendo una situación de auténtica pesadilla tras el accidente. Estos golpes fatídicos nos colocan frente a nuestra pequeñez, frente a nuestra fragilidad. Y hacen que a todos se nos remueva algo en lo más profundo. 
     

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