Aunque los avances en el terreno de la equiparación de derechos entre hombres y mujeres han sido impresionantes a
lo largo del siglo pasado, aún persisten grandes zonas de sombra. No solo en lo
que atañe a la desigualdad salarial, por ejemplo, sino incluso en cuestiones
tan esenciales como el respeto a la integridad
física, emocional o sexual de la mujer en ámbitos como el de la pareja. Las cifras son
aterradoras. Y no hablamos de lugares remotos. A finales del año pasado, 4.765 mujeres recibían en Euskadi algún
tipo de protección por parte de la Ertzaintza y, de ellas, una treintena larga
necesitaban escolta personal por padecer una situación de mayor riesgo vital.
Estas cifras eran similares a las de un año antes. Además, entre 2004 y 2014 fueron 33
las asesinadas en nuestra comunidad a causa de este tipo de violencia.
No se trata de una lacra que afecte sobre todo a personas de
mediana o avanzada edad, como pudiera pensarse. En absoluto. De hecho, un tercio de las denuncias
presentadas por violencia de género en nuestro ámbito geográfico iban firmadas por chicas menores de 30 años, cuando se supone que estas
generaciones han de ser las más sensibilizadas en lo que respecta a esta
problemática. Un nada desdeñable 8% eran, incluso, menores de edad. Los
agresores presentan un perfil similar. El 24% de ellos tienen entre 19 y 29 años y un 2%
ni siquiera llega a los 18. A modo de resumen, en la franja entre 15 y 29 años son 7,7 chicas de
cada mil las afectadas, y entre las mayores de 30, 3,4 de cada mil. Estas cifras debieran poner
en guardia a gobernantes y educadores. Algo se está haciendo mal cuando las
relaciones de dominación, llegando hasta el maltrato, se reproducen de esa
manera entre los más jóvenes. Los patrones de género se repiten y se acentúan,
en su peor vertiente.
Estos días pasados un artículo de prensa daba cuenta de una
charla impartida por agentes de la Ertzaintza a medio centenar de estudiantes de
primero de Bachillerato de un centro educativo de Santutxu para concienciar, tomar el pulso y hacer frente a esta
situación tan preocupante. Se les explicaba que los celos y el control
exagerado suelen ser las primeras
manifestaciones de lo que a veces viene después, y que el maltrato puede no
ser solo físico sino que también pasa por la violencia verbal, el aislamiento
del entorno o la coerción psicológica. Y un consejo muy importante: “Las
relaciones se basan en dar y recibir, no en golpes y amenazas. Hay que ser valiente y decir ‘se acabó’”. Según la citada información, uno de los chavales presentes hizo también un
apunte muy importante, punzante pero necesario, al preguntar cómo es posible, por ejemplo, que un maltratador con tres
órdenes de alejamiento de mujeres diferentes siga en libertad.
Por desgracia, la lucha contra la violencia de género va a ser larga todavía. Hay que educar a los chicos bajo parámetros de estricta igualdad y a las chicas para rechazar ya de partida cualquier control o sometimiento por parte de sus parejas. Parece mentira que en pleno siglo XXI esta lacra tenga especial incidencia entre la gente joven. Las políticas de igualdad deben ser transversales, rotundas, e implicar a todas las esferas de gestión. Además, a la vista de la situación, el mundo educativo debe redoblar esfuerzos. No se puede dar ni medio paso atrás en esta materia. Y tampoco podemos seguir como hasta ahora.
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