La cafetera rebosante de toda la vida sobre la mesa para ayudarnos a pasar una noche en vigilia (por estudios o por turno de trabajo) parece que ha pasado a la historia. Ahora lo que se lleva son las bebidas estimulantes, que se presentan en el comercio a modo de refrescos y que consisten en añadir cafeína a otra serie de productos para conseguir los efectos perseguidos: vigilia, actividad motriz, etc. Sin entrar en una posible crítica de estos bebibles, sí se puede dedicar una línea para prevenir el exceso de consumo, sobre todo a los jóvenes.
En realidad, me pongo a escribir sobre este asunto porque he leído un interesante artículo elaborado a partir de un estudio realizado sobre los restos de gladiadores enterrados junto al circo de Éfeso, en la actual Turquía. Resulta que, al igual que los actuales atletas, aquellos gladiadores (atletas también a su manera) complementaban su ejercicio con una bebida cargada de electrolitos. Los científicos son más bien prudentes a la hora de determinar la dieta de los gladiadores, a los que tradicionalmente se ha atribuido una sobrealimentación a base de cebada y habas; pensado, en cambio, que se alimentaban de manera muy similar a la ciudadanía media. En todo caso, dicen, esto no es seguro dado que la media de vida de estos hombres (20-30 años) no daba tiempo a que su estilo de alimentación dejara en el cuerpo lo que se llama una huella química que ahora pudiéramos estudiar. La investigación ha llevado, por otra parte, a descubrir en estos esqueletos la presencia del doble de estroncio asociado al calcio que en el resto de humanos: Esto, a su vez, invita a pensar en el sobreconsumo de una bebida común en aquellos tiempos hecha a base de vinagre, agua y ceniza. Un buen estimulante en una cultura donde no conocían el té ni el café. Al fin y al cabo, un buen vinagre de vino rebajado con agua es lo más parecido a una limonada refrescante.
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