martes, 7 de octubre de 2014

¡Uno solo, por favor!

Hablo, naturalmente, del café, ese producto de alto consumo que nos acompaña diariamente, sobre todo por las mañanas, y nos ayuda a ponernos en marcha. Yo lo tomo a diario. Se consume mucho café en el mundo: por ejemplo, Brasil, el mayor productor, obtiene anualmente 3.300 toneladas en sus campos de cultivo. La cuestión, además, es que se toma mucho y su consumo va en aumento.


¿Qué ocurre? A la creciente demanda se ha de añadir la sequía, las altas temperaturas, las enfermedades que atacan a las plantas, etc., lo que hace prever, por ejemplo en Brasil, que la producción descienda un 20%. Ni cortos ni perezosos, algunos productores han optado por el camino fácil: ya no se desechan los granos defectuosos, y se mezclan con el café elementos que no lo son: trigo, soja, azúcar moreno, centeno, cebada, maíz, pequeño ramaje, etc. Que, si lo miras bien, es de agradecer porque no se trata de añadidos perniciosos, pero que no dejan de ser un fraude en toda regla. Por otro lado está el caso de los alérgicos que toman trigo o soja sin saberlo porque un fabricante ha mezclado,tostado y molido café con esas gramíneas.

Dicen los que entienden que no nos queda más remedio que volver a comprar el café en grano y tirar de molinillo, como en los viejos tiempos. Será el colmo de la sofisticación. No hay otra opción y, a la larga, veremos cómo el café en grano sube de precio frente al molido. Todo sea por combatir las falsificaciones. Pronto llegará el aparatito de bolsillo capaz de analizar en plan cromatógrafo las características del café que estamos a punto de tomarnos en la barra de un bar. Ojo, que ese aparato servirá para meter la lupa en otros muchos productos de consumo igualmente opacos en cuanto a su composición.

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