Me entretengo estos días leyendo un libro sobre la prensa y la publicidad que se gastaban nuestros antepasados a finales del XIX y principios del siglo XX. O sea, lo que leían mis bisabuelos y abuelos. Más que publicidad, lo que transcribo aquí son las partes más interesantes de un par de artículos que versan sobre las bondades y/o maldades del tabaco. De la publicidad no hablo porque es aún más surrealista.
Después de leer los dos escritos, aparte de algunas reflexiones sobre el propio tabaco, solo se me ocurre un pensamiento: qué pensarán nuestros biznietos dentro de 120 años cuando lean lo que ahora escribimos con absoluta certeza sobre cualquier asunto que se nos pone a tiro. Yo veo a aquellos periodistas escribir con verdadera indignación contra quienes se atrevían a desprestigiar al tabaco, convencidos de que hacían una verdadera labor social poniendo las cosas en su sitio y sacando a la luz la falacia de quienes lo denigraban. El tiempo ha pasado sobre ellos y dejado sus escritos absolutamente inválidos y pienso en la posibilidad de que en el futuro todo vuelva a repetirse.
“Los higienistas de Francia tienen declarada la guerra al tabaco. Además de haber constituido una sociedad contra la productiva planta, hacen propaganda de sus ideas en los congresos de higiene. Llevan periódicamente la discusión del tema a las sociedades sabias, y trabajan en el seno de las familias para poner coto a lo que ellos llaman peligros del uso del tabaco.
Entre las exageraciones, por no calificarlas de otro modo, que se han dicho en la Academia de Medicina de París, se cuenta la de acusar al tabaco de contribuir… ¡a la despoblación de Francia!
Que a la larga altere la salud; que tome mayor o menor participación en la etiología de algunas enfermedades de la boca, de la garganta y del estómago; que exacerbe más o menos los estados nerviosos, nadie puede dudarlo: lo que sí negarán todos es que intoxique o envenene del mismo modo que el alcohol y la morfina con cuyos efectos pretenden igualar los del tabaco los médicos franceses. Atribuyen al tabaco la depresión de la inteligencia, la borrachera, el decrecimiento de la energía física y moral, y lo acusan de conducir a la holganza.
Los alemanes fuman de la mañana a la noche y sin embargo hacen extraordinarios progresos científicos y son el pueblo que se reproduce y crece más rápidamente. Fumad, fumad sin miedo aquellos que gustéis de esa costumbre – no vicio – pues en el uso moderado del tabaco…”.
El Diario de Orihuela, 16 de diciembre de 1890
“La única sustancia verdaderamente dañina (presente en el tabaco) es la nicotina; la cantidad de esta depende de la cantidad de tabaco y es soluble en alcohol; por consiguiente, el fumador que bebe un vaso de cerveza o una copa de vino evita la acumulación local de la nicotina”.
La Ilustración, 11 de enero de 1895
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