Lo de “vacaciones obligatorias” puede parecer una broma en los países adelantados de Occidente, donde ese período de tiempo es intocable y se considerada una más de las conquistas de lo que llamamos “el estado del bienestar”. Pero no en todo Occidente es así: en EE UU, en México, en Japón, por ejemplo, lo de las vacaciones al modo europeo es impensable. Puede ser que tomen una semana y punto, pese a que la ley contempla la opción conocida aquí. Quizá sea la distinta cultura del trabajo que manejan y el hecho de que pueda llegar a sentirse culpables abandonando su puesto de trabajo tanto tiempo. También puede ser que se vean influidos por un falso sentido de la competitividad, pero el hecho es que en muchas empresas las cosas están así.
En esos países empieza sin embargo a imponerse la costumbre de las vacaciones forzosas. Llega el verano y, a fecha fija, toda la oficina echa la persiana durante dos semanas; en Navidad, otro tanto durante siete días; quedando una semana más de libre disposición. En ese tiempo no funciona nada: la página Web no se actualiza y nadie contesta al teléfono o al correo. Y han descubierto que no pasa nada. Muy al contrario, siendo cosa de todos, desaparece el sentido de culpabilidad; el bienestar del conjunto, tras dos semanas de descanso y regeneración, es palpable y repercute en el rendimiento de la empresa.
Como dicen algunos de los teóricos de estas nuevas prácticas: “lo que es bueno para el equipo es bueno para el negocio”. Estos mismos expertos animan a estas empresas a recomendar sus prácticas a las demás: “El impacto en la moral, en la productividad y en el bienestar general es impresionante. Además, hay trabajadores que nunca han experimentado con alivio esta situación: te tomas dos semanas de vacaciones, el tráfico de tu correo se detiene, y no pasa nada…”.
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