Hablo de Europa y de los europeos que, como ciudadanos del mundo desarrollado, sufrimos el problema de la obesidad de un modo bastante paradójico. Sencillamente, en contra de lo que diría el sentido común, aquí son los pobres quienes tienen más riesgo de obesidad. La obesidad “es el estado de un individuo cuyo porcentaje de grasa corporal es mucho mayor de lo deseable o aceptable hasta el punto de dañar la salud, reducir la esperanza de vida y, en general, incrementar sus problemas de salud”, dice la OMS, que cifra en 30 kg/m2 el Índice de Masa Corporal (IMC). Si te apetece calcular el tuyo, en Internet hay páginas que te lo calculan si les proporcionas los datos de tu peso y altura. Lo de que afecta a la salud no es para tomárselo a broma: enfermedades del corazón, diabetes, apnea del sueño, cáncer, osteoartritis, etc., son sus consecuencias más conocidas. Una quinta parte de los europeos (hombres y mujeres) son obesos. Como sabes, el paso previo a la obesidad es el sobrepeso; pues bien, en 2008, según la OMS, la mitad de los europeos lo sufría.
La Unión Europea ha llegado a la conclusión, después de comprobar que efectivamente los más pobres son los más afectados por la obesidad, que las campañas advirtiendo sobre las desventajas de comer demasiada grasa, demasiado azúcar o demasiado salado son absolutamente inútiles con respecto a este colectivo. Obviamente, esta situación tiene que ver con su menor poder adquisitivo: consumen más barato, sí, y también menos sano, más grasos y más pobre en términos alimenticios.
La situación es tan curiosa que han llegado a más conclusiones: las campañas de concienciación sobre la necesidad de una buena y equilibrada alimentación tienen un riesgo. Mientras el colectivo más pudiente se apunta fácilmente a esas nuevas pautas de comportamiento, los más pobres no lo hacen con lo que se incrementa la desigualdad social originada por las diferencias en la alimentación. Algo así como si se produjera una brecha social cada vez más grande (como ocurre en otros ámbitos de la vida: la famosa brecha digital) entre quienes se alimentan bien y quienes no.
Aún así, en Europa se hacen cosas: se marcan de modo especial los envases de los alimentos más perjudiciales, se gravan con impuestos especiales, etc., aunque la constatación de que todo ello ayuda poco o nada a los colectivos menos concienciados hace que hay en día siga echándose en falta una política de prevención de la obesidad verdaderamente consistente.
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