Un tal Otto Rohwedder inventó la primera máquina capaz de cortar pan en rebanadas y posteriormente empaquetarlo en una bolsa de papel encerado (luego llegó el plástico). Le costó lo suyo convencer a un panadero para que le permitiera probarla y examinar así el comportamiento del público frente a su invento. Las pegas eran muy variadas: por un lado se pensaba que el proceso no aportaba nada nuevo y, por el contrario, encarecería el producto final. También se dijo que, al estar cortado, el pan envejecería más rápidamente, y además tanto corte haría que la pieza de pan se desarmara de mala manera.
Las cosas, sin embargo, no fueron exactamente así. El éxito fue total en pocas semanas y la ciudadanía exigía el novedoso pan con lo que Rohwedder empezó a hacer negocio de verdad porque era el dueño de la patente de la máquina.
Durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno prohibió el pan cortado por aquello de destinar a fines militares los metales que se usaban para fabricar la cortadora. Las cosas habían llegado a un punto que la orden se mantuvo dos escasos meses.
Lo curioso es, una vez extendida por el mundo la máquina de cortar y embolsar pan, que este invento nada sofisticado, pasó por efecto de la publicidad a formar parte del reducido número de descubrimientos que se toman como medida y referencia para saber si cualquier avance sirve o no para hacernos la vida más fácil. En EEUU se dice de los inventos realmente valiosos que son la cosa más grande desde que se inventó la máquina de rebanar pan.
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