“Una de las cosas más improductivas de la economía actual es el tiempo que millones de trabajadores pasan cada mañana para ir al trabajo y cada tarde para volver a sus casas”. Lo dijo Alvin Toffler nada más ni nada menos que en 1971 y resulta obvio decir que esa reflexión es hoy, cuarenta años después, plenamente vigente. Toffler es un pensador norteamericano muy interesado en cuestiones como la revolución digital, las comunicaciones y, en general, el mundo de la tecnología aplicada a la vida diaria.
Bruno Marzloff es un sociólogo francés interesado por los mismos temas que acaba de publicar un libro titulado, más o menos, “Sin oficina fija” (Sans bureau fixe) donde defiende una nueva organización del trabajo a la vista de agujero sin fondo en el que va cayendo el mundo del transporte razonable y sostenible. Según él, estamos metidos en un círculo vicioso en el que todo se reduce a construir nuevas infraestructuras cada vez que las anteriores se quedan obsoletas. Ocurre, sin embargo, que esas nuevas carreteras o vías de transporte se quedan asimismo viejas antes de ser inauguradas. Marzloff está convencido de que la solución no es huir hacia adelante construyendo y volviendo a construir; opina, en cambio, que, puesto que es el trabajo y la actividad humana en general la causante de este desastre, lo lógico sería invertir en nuevos modos de organización del trabajo. Es cierto que algo se mueve y en ciertos sectores se habla de teletrabajo y de trabajo no presencial, pero se trata de hacer una verdadera y profunda revolución para que una gran mayoría salga de casa y se desplace para trabajar sólo cuando no queda otro remedio. El habla de la “movilidad obligada” frente a la “movilidad elegida”. Y tiene claro que la mayoría de las infraestructuras que se construyen tienen como objetivo absorber la “movilidad innecesaria”. Es decir, perdemos el tiempo.
Retrocediendo en la historia, hace Marzloff una interesante reflexión: la separación entre la vida familiar y la vida profesional es algo reciente en la historia de la humanidad. Desde siempre, una y otra han convivido en el mismo espacio. Llegó la era industrial y los centros de producción adquirieron tal tamaño y demandaron tal cantidad de mano de obra que se construyeron instalaciones para ellos, con lo que los trabajadores debieron salir cada día de casa para poder trabajar. Curiosamente, esa ecuación vida privada-vida profesional separadas radicalmente se ha vuelto ahora en nuestra contra y, como no le pongamos remedio, va a terminar por la causante del derrumbe del sistema. Así pues, vayamos pensado en la empresa deslocalizada, dicho sea en el buen sentido: sin sede ni razón social. Compartir ideas, hacer planes conjuntos, tener sueños, delante de una pantalla y desde tantos lugares como participantes, tiene futuro. Las relaciones on-line generan encuentros físicos siempre.
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