La historia de los vehículos eléctricos no es nueva en España, ya en 1950 la firma Pegaso desarrolló un vehículo de transporte eléctrico con una autonomía de 75km y velocidad punta de 27Km/hr. Lógicamente su autonomía era muy limitada, la eficiencia de sus acumuladores eléctricos distaba mucho de las capacidades de los actuales. Años más tarde se intentó aplicar ésta iniciativa a turismos, principalmente utilitarios, pero las soluciones tecnológicas eran caras e ineficientes.
El vehículo eléctrico en la actualidad se identifica como medio de transporte de cercanía, turismos-utilitarios, furgonetas de paquetería e incluso autobuses urbanos. Su principal virtud es medioambiental, allí donde se utilizan no emiten gases de efecto invernadero. Además su velocidad alcanza los 100km/h y su autonomía puede llegar a ser del orden de 200km.
Pero la generación eléctrica de fuentes renovables no cubre todas las necesidades de consumo. Entonces aparece un nuevo matiz que cuestiona la bondad de estos propulsores, es decir; si tenemos que recurrir a fuentes de generación eléctrica convencionales, las que en cada proceso: generación, transformación, transporte y distribución dispersan parte de la energía del sistema sin posibilidad de aprovecharla. Además se suman las pérdidas existentes en los propios acumuladores de estos vehículos, todas las ineficiencias descritas impactan con su equivalente emisión de CO2 principalmente, sin generar ningún trabajo provechoso.
Si a esto añadimos que los motores de combustión son cada vez más eficientes, sirva como ejemplo que en los últimos 30 años los propulsores han reducido su consumo, para las mismas potencias, en una media del 40% y que se ha incorporado la tecnología dual permitiendo consumir, con una pequeña y rentable modificación, Gas Natural Licuado o GLP en cualquier motor de gasolina.
La disminución de la huella de CO2 en el mundo del transporte está abocada a utilizar fuentes renovables en la carga eléctrica de los vehículos utilitarios y transporte urbano, la utilización de combustibles “bio” y convencionales en vehículos de medio recorrido y para grandes cargas o distancias. Este compromiso parece que es el camino en el consumo sostenible de energía en el transporte.
Es evidente que esto será realidad si el precio de adquisición, de vehículos y combustibles, es razonable y satisfactorio para el usuario, profesional o particular.
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