Actualmente nos encontramos con numerosas iniciativas de arqueología industrial, unas son iniciativas institucionales, otras las promueven colectivos ciudadanos e incluso particulares; en definitiva todos somos conscientes y deseamos recuperar testimonios de nuestro pasado. Cuando digo testimonios no me refiero sólo a las crónicas escritas, ni a la transmisión oral de nuestros mayores sino a elementos tangibles que podemos ver, tocar o escuchar su sonido.
Sobre las ferrerías se ha investigado y escrito mucho. Todos hemos podido leer e incluso, en nuestra mente, recrear una maqueta de cómo eran y funcionaban. Eso sí cuando en un museo vivo como en el Pobal-Muskiz, vemos y oímos todos los ingenios mecánicos y herramientas funcionar, nos trasladamos con facilidad a aquellos tiempos de la incipiente industrialización y transformación del hierro y toda la industria de fabricación que se desarrolló.
Además también existen museos vivos, donde las colecciones particulares toman un valor añadido. Existen personas que como afición coleccionan ingenios mecánicos; motos, coches, tractores, en definitiva todo aquello que la sociedad ha utilizado para progresar.
Gracias a las entidades que organizan eventos donde los espacios públicos se convierten, por un tiempo, en el escenario de un museo vivo; las personas que tienen interés, curiosidad o simplemente inquietud, por conocer cómo vivían y trabajaban nuestros mayores encuentran la oportunidad de ver funcionar infinidad de ingenios que la industria ha desarrollado.
Si no fuera por estas colecciones y sus propietarios hoy no existiría un museo capaz de acoger tantos testimonios. Es imposible custodiar en museos todo el material de valor existente, por no disponer de locales públicos suficientes y tampoco de financiación.
Por esta razón, si no queremos olvidar el pasado y tener que destinar cuantiosos recursos a la realización de arqueología industrial, la sociedad y sus instituciones deben facilitar la custodia de este patrimonio a sus actuales propietarios. Las figuras pueden ser; exención de impuestos, como es el caso de las colecciones de coches clásicos que no de embarcaciones clásicas.
Por cierto no sería mala idea aplicar ese criterio a los propietarios de embarcaciones tradicionales, sería el mejor museo a flote. Apenas quedan embarcaciones de madera, difíciles de conservar. Además se les aplican tasas portuarias y de señalización marítima idénticas a los yates de lujo. Eso sí; luego buscamos pecios para rescatar por su singularidad, tras la consulta de archivos por parte de distintos investigadores. O lo que es peor, destinamos cantidades respetables de dinero para mantenerlos en seco y bajo techo como una gran maqueta a escala real.
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