En junio pasado se conmemoró, como todo el mundo sabe, el 70 aniversario del desembarco de Normandía, una gigantesca operación militar que supuso el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, 2014 nos sirve para recordar el inicio hace 100 años de la Primera Gran Guerra, y como suele ser habitual, uno y otro acontecimientos dan pie a la publicación de libros y estudios sobre algún aspecto relacionado. Estos días ha caído en mis manos un buen trabajo sobre uno de las cuestiones marginales de las guerras, concretamente sobre la alimentación de los ejércitos y sobre la importancia de esta cuestión, más allá de la trascendencia que tienen asuntos como el armamento o la estrategia. Una primera conclusión: ahora y antes, la buena alimentación de las tropas sirve y ha servido para ganar guerras. Y para perderlas. Otra conclusión: como en tantos otros ámbitos de la industria y de la investigación, las guerras han servido de estímulo para desarrollar inventos y adelantos de los que luego nos hemos beneficiado todos. También ha ocurrido en el terreno de la alimentación. Algunos ejemplos.
En 1850 un inventor norteamericano dio con un procedimiento para conservar la leche de manera indefinida creando lo que conocemos como “leche condensada”. El invento recibió su máximo impulso cuando se hizo con él el Ejército de la Unión, durante la Guerra de Secesión. También en esa época, otro estudioso daba los primeros pasos en la creación de vagones frigoríficos, a base de un potente sistema de ventilación alimentado por barras de hielo. Del invento de la margarina como sustituto de la mantequilla a partir de un concurso convocado por Napoleón III (necesitado de alimentos baratos para sus ejércitos) ya se ha hablado aquí.
Una empresa británica dio a principios del siglo XX con las fórmulas para enlatar carne y para fabricar cubitos de caldo concentrado. Ambos productos formaban parte del petate de los soldados británicos durante la Primera Guerra Mundial. Hacia 1870 se creó en Suiza una empresa que inició la fabricación de leche en polvo. En esa misma época, los hermanos Knorr (alemanes) preparaban sobres de alimentos deshidratados con los que elaborar sopas. En 1884, un tal Julius Maggie sacó al mercado una harina de legumbres y guisantes que triunfó por su poco precio y sus buenas prestaciones. Y así sucesivamente.
Años interesantes, por lo que parece, si no fuera porque, mientras tanto, a escondidas de los demás, los países europeos se armaban hasta los dientes con vistas a la inminente guerra. Hay que decir que, además de armas, también almacenaban comida, conscientes como eran de su importancia.
0 comentarios :
Publicar un comentario
Gracias por enviarnos tus comentarios. Si cumplen con nuestras normas se publicarán en nuestro blog.