El “¡Que inventen ellos!” es una frase desafortunada, probablemente de Unamuno, que unos y otros utilizamos para explicar las dificultades de quienes se dedican a la ciencia y al progreso tecnológico por estas latitudes. Ahora mismo, sumergidos en la crisis que no cesa, leemos en los periódicos, día sí día también, cómo científicos e investigadores ven desvanecerse sus proyectos al ritmo de los temidos recortes, que tampoco cesan. Inventar está difícil en estos tiempos y, cumpliéndose el tópico de nuestro desprecio por la ciencia, muchos/as de estos/as expertos se ven empujados a hacer las maletas y emigrar en busca de un futuro.
Hablando de inventos, he revisado estos días un interesante libro en el que se relatan las circunstancias que rodearon la invención de objetos y de aparatos que hoy en día son más o menos de uso común: por ejemplo, del Kevlar, esa fibra ligera y resistente con la que se fabrican chalecos antibalas, botas, guantes, neumáticos, escudos, colchones, frenos, etc. Me han interesado los detalles de la patente de algo tan anodino como el limpiaparabrisas que llevan todos los vehículos y que se creó en 1903, aunque pasaron décadas hasta que su uso se hizo obligatorio. He sabido de las peripecias del Mistake Out o Liquid Paper, que aquí todos hemos llamado Tipp-ex, un producto nacido en 1951 que sirvió para que quienes en su momento usamos la máquina de escribir tradicional cambiáramos nuestra manera de enfrentarnos a los errores tipográficos o de otro tipo. Luego vinieron los ordenadores y las impresoras, que se llevaron por delante al frasquito de marras, así que la juventud no sabe de qué estamos hablando.
En diciembre de 1886 se patentó el lavavajillas, otro aparato de uso doméstico bien común, aunque no fue hasta la década de los 50 del siglo pasado cuando los estadounidenses lo acogieron masivamente en sus hogares. También he leído sobre la invención de los primeros sistemas de seguridad para el hogar a base de puertas blindadas, circuitos cerrados de televisión, control remoto de apertura y cierra de puertas, etc., patentados hacia 1965.
Diré que todo me resulta curioso y estimulante. Y me sorprende descubrir que todos los inventos a los que me he referido más arriba y otros siete u ocho más que no describo para no alargarme, todos ellos, son obra de mujeres, que es a donde yo quería llegar. Parafraseando la cita de Unamuno (es cierto que la usó; no es seguro que fuera su creador), “¡Que inventen ellas!”, puedes hacerte una idea de las complicaciones que han tenido las mujeres para sacar adelante sus sueños creadores. Aquí, porque la ciencia ha carecido tradicionalmente de prestigio, y en todos los lados porque las mujeres han jugado durante siglos en segunda división.
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