Es un problema mayoritariamente masculino y, por lo que se ve, afecta a todo el planeta. Me refiero a la inveterada costumbre de orinar en público, por supuesto en lugares no preparados para ello. La cosa degenera en suciedad y malos olores y los ayuntamientos optan por instalar baños públicos que, también de manera generalizada, tienen muy mala fama. El hecho es que, sobre todo las grandes ciudades, no han dado aún con un sistema medioambientalmente respetuoso y estéticamente soportable para que la gente (sobre todo, los hombres, repito) orine privadamente y en buenas condiciones, es decir, sin molestar a nadie y sin perjudicar el suelo y el aire del lugar.
Muchas ciudades lo están intentando, pero estos días salta a la prensa el caso de San Francisco (EEUU) dispuesta a probar un procedimiento bastante revolucionario. Se trata de una instalación no cerrada, a la vista de todos (dicen que así se evitan las clásicas actividades ilícitas que tan mala fama han dado a los baños públicos) pero protegida hasta la altura del abdomen, que consta de un urinario, un lavabo y un parterre donde crecen plantas de bambú. Un sistema de recogida lleva las aguas negras y las grises a una miniplanta escondida bajo el conjunto donde, mediante unos biofiltros, se depura el agua (que sirve para regar la planta y para el autolimpiado del urinario) mientras se liberan el nitrógeno y el fósforo abundantes en la orina y muy útiles para el bambú.
Como dicen sus creadores, este sistema de urinario en plena calle, que permite a los ciudadanos, mientras se dirigen a su destino, hacer algo así como una “parada en boxes”, es muy interesante por dos motivos: por lo que ofrece y por lo que promete. Quiere decirse que ya es una realidad pero, además, admite múltiples evoluciones y sólo falta que técnicos y creativos se pongan a la labor. Por cierto, falta quien se ponga a pensar en ellas…
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