Ayer mismo leí en el periódico una noticia sobre los descubrimientos que un grupo de arqueólogos británicos ha hecho en el lugar donde se asentó durante la II Guerra Mundial el campo nazi de exterminio de Treblinka. Treblinka es una pequeña localidad polaca situada a menos de 100 km de Varsovia donde, durante no más de 24 meses, hubo un campo de exterminio (de judíos y gitanos, fundamentalmente) en el que perdieron la vida cerca de un millón de personas.
Leer la palabra “Treblinka” y ponerme a escribir ha sido todo uno porque tengo este nombre grabado en la memoria desde que hace muchos años un buen profesor que tuve (uno de los muchos) me propuso leer “Treblinka, la sublevación de un campo de exterminio”, de Jean-François Steiner. Libro duro –puede que demasiado dada mi edad en aquel momento-, aunque muy útil para acercarme, si se quiere lejanamente, a la realidad de aquel genocidio. A los nombres de Auschwitz, Mathausen, Buchenwald o Sobibor (campos de trabajo o de exterminio que por la razón que sea todos teníamos en la cabeza) se unió para mí desde entonces el de Treblinka, un lugar “de paso” según los “negacionistas”, donde en realidad fueron asesinadas, como digo, cerca de un millón de personas.
La noticia tiene su miga porque viene a desmontar una teoría según la cual lo que se ha venido contando de Treblinka era un cuento interesado ideado por los movimientos sionistas. Según los escépticos, la prueba de la falsedad de Treblinka como campo de exterminio era que allí, tras la guerra, no quedaron restos ni pruebas de las instalaciones que se habrían necesitado para eliminar a semejante cifra de personas. Los testigos, sin embargo, han hablado siempre del buen trabajo de destrucción de pruebas que los nazis realizaron allí en el último momento sabedores de la inminente llega de las tropas rusas.
Estos arqueólogos británicos, sin embargo, después de explicar (y convencer) al Gran Rabinato de Polonia y a otras autoridades religiosas judías las técnicas no invasivas que iban a emplear, han hecho bien su trabajo y puesto sobre la mesa las evidencias que aquella labor de limpieza del lugar no logró eliminar. Pruebas suficientes para demostrar que Treblinka fue una pieza clave en el engranaje de lo que los nazis llamaron “la solución final” y culminó lo que conocemos como el Holocausto.
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