jueves, 17 de abril de 2014

Los ratones descalzos

Cualquiera lo entiende: nada más bonito que madrugar un poco un sábado por la mañana para ver a tus hijos en el patio del colegio jugando el correspondiente partido de las competiciones escolares. Yo vivo cerca de un colegio que prima este aspecto de la educación y reconozco que es una bendición ver sus patios repletos tanto entre semana mientras se entrenan, como los fines de semana cuando compiten.

He leído en las últimas semanas un par de noticias que, refiriéndose ambas al deporte infantil, son la cara y la cruz de un aspecto que me gustaría comentar. En una de ellas se nos informa de que, al ritmo de la crisis, también el deporte escolar está empezando a cojear. Explica que las equipaciones, el calzado y los demás aditamentos propios del deporte en cuestión se han puesto por las nubes (hablo del precio). A eso han de añadírsele los desplazamientos, los derechos federativos y otras exigencias.

Sin entrar en detalles, doy fe de que hay un poco (o mucho) de eso: veo a chiquillos de no mas de siete años con el uniforme completo de su colegio o de su equipo favorito, con las botas de fútbol que acaba de anunciar el crack que tú ya sabes, o con los guantes de portero que ríete tú, y dándole patadas a un balón igualito que el que utilizan en la Champions, etc., etc., y la cuenta, a estas alturas, echa humo.

La otra noticia tiene unos meses y habla de los Triqui, el famoso equipo de baloncesto de niños indígenas mexicanos (de la región de Oaxaca), bajitos y descalzos, que ganaron un campeonato internacional en Argentina llevándose por delante a todos los rivales a base suplir sus limitaciones con “fuerza, velocidad y resistencia”, como dice su entrenador. Los “ratones descalzos de México” les llaman. Para más inri, estos chavales recibieron sus correspondientes botas para asistir al campeonato, pero pasaron de ellas porque viven y juegan descalzos.

Que nadie malinterprete todo lo anterior: está bien que nuestros chavales y chavalas hagan deporte; que lo hagan en las mejores condiciones posibles; y que, con ello, adquieran todos los valores que el deporte colectivo lleva implícitos. No digo que el ideal sea vivir en un ambiente de necesidad ni que jugando descalzos el deporte sea más auténtico. Ya sabes lo que digo: hablando de la educación de nuestros hijos y de los riesgos de que las cosas se nos vayan de las manos, también en asuntos de deporte puede suceder…

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