Leo con atención un informe de la OIT sobre las llamadas enfermedades profesionales, esas que uno sufre como consecuencia de las condiciones en las que trabaja. Circunstancias de todo tipo, aunque me he fijado por su importancia en las enfermedades que tienen que ver con la postura de todo o parte del cuerpo. Por ejemplo, según las estadísticas, una porción muy significativa de las bajas laborales nos obligan a mirar con lupa la espalda de los trabajadores; de otra parte, he sabido que la lipoatrofia, que afecta al tejido adiposo de brazos y piernas de personas que permanecen horas sentadas en sillas inadecuadas, figura en la lista de enfermedades laborales en alza; etc.
Hablando de enfermedades laborales de origen postural, y más precisamente de quienes permanecen sentados/as ocho o más horas al día, he leído noticias novedosas sobre algo de lo que ya se ha hablado aquí: algunos de esos empleados han abandonado la silla y trabajan de pie, contado, eso sí, con un taburete alto (tipo barra de bar) para descansos puntuales.
Dicen quienes lo han experimentado que lo más duro, mientras los cuerpos se adaptan a la nueva posición, son las dos primeras semanas, tiempo durante el que soportan dolores leves de pies y piernas, pero que luego las ventajas, la sensación física general, superan esos mínimos inconvenientes.
Sin ser drásticos, hay una corriente entre los expertos en la materia que predica la alternancia de ambas posturas, valorando positivamente los ratos que trabajamos de pie. Según dicen, con ello se reduce el riesgo de lesiones lumbares, se palia el cansancio propio de la acumulación de horas trabajadas, se reactiva la circulación sanguínea, se incrementa la concentración, y, por ello, se mejora la productividad. Por cierto, ayer fue el Día Internacional de la Seguridad y Salud en el trabajo.
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