Según las estadísticas, en los últimos años ha aumentado
significativamente el número de menores que se someten a tratamientos de
“salud mental”, dicho esto de una manera general. A primera vista, los
inexpertos en la materia (como yo) podríamos sorprendernos porque
tradicionalmente hemos identificado los problemas de salud mental con la
edad adulta. El razonamiento era: te haces mayor y, del mismo modo que
tu cuerpo empieza a fallar, otro tanto le pasa a tu mente.
Pues resulta que no, que también los niños y adolescentes precisan en
algunos casos de atención psiquiátrica y, puede que también debido a
que el catálogo de posibles enfermedades se ha ampliado, el hecho es que
en los últimos veinte años el número de menores con problemas de salud
mental atendidos en consulta se ha duplicado. No así el de los adultos,
que se mantiene. Los males comunes entre los niños-jóvenes se llaman
trastorno de atención, hiperactividad, ansiedad, depresión, etc., y,
como señalan los especialistas, el problema puede ser la administración
poco reflexiva de medicamentos que dejan huella. Estos mismos
especialistas señalan que muchos de estos trastornos evolucionan bien
mediante sesiones de psicoterapia, algo obviamente más inocuo que la
administración de fármacos. ¿Qué pasa? Sencillamente, que no hay
suficientes especialistas.
Dentro de esta franja de edad está el subgrupo de los adolescentes,
con problemas específicos. Muchos de ellos tienen un acceso incontrolado
a estimulantes adecuadamente prescritos, pero que mezclan con alcohol y
otras sustancias poniendo en riesgo severo sus vidas.
Es cierto que estos problemas de salud (como otros) han dejado de ser
un estigma para quien los sufre, y que en la actualidad las visitas al
psiquiatra no se hacen a escondidas, todo lo cual está mejor que bien.
Si quienes se dedican a la psiquiatría infantil remediaran esos flecos
pendientes, todo sería perfecto.
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