Una gran mayoría de quienes se proponen nuevos objetivos con ocasión
del cambio de año están pensando en cuestiones de salud: comer menos y
mejor, hacer ejercicio, dejar de fumar, y cosas así. Hay, sin embargo,
quienes se inclinan por hacer cambios en sus relaciones sociales o de
pareja, en el trabajo, en el estudio, en el cultivo del espíritu,
quienes optan por ahorrar, por trabajar en una ONG, etc.
Este tiempo, también septiembre, con la vuelta de las vacaciones y el
inicio del curso, suele ser época de nuevos objetivos: gimnasios,
academias de todo tipo, talleres, etc., lanzan sus ofertas, y las
editoriales publicitan cursos de todo tipo por fascículos. Cada cual
apunta y dispara en la dirección que más le conviene. Más abajo
hablaremos de en qué terminan, según las estadísticas, esos propósitos.
Lo curioso es que, pese a que esos proyectos casi siempre quedan en el
olvido, quienes lo intentan una vez vuelven a ello año tras año.
En
cualquier caso, para tranquilidad de todos, conviene saber que eso de
declarar buenas intenciones con ocasión de fechas significativas es cosa
de los seres humanos desde que se tienen noticas escritas de sus
andanzas. Así lo acreditan los historiadores. En la antigua Roma, por
ejemplo, los políticos y los soldados juraban en año nuevo lealtad al
emperador, y la cosa iba en serio. Antes de eso, los babilonios
aprovechaban el cambio de año para renovar su lealtad al rey y
celebraban rituales en los que revitalizaban su alianza con la Tierra y
con los dioses.
Volvamos al presente. Dicen las estadísticas que
más de la mitad de las promesas quedan en agua de borrajas antes de
que finalice el primer mes. También indican que los menores de 30 años
tienen el doble de posibilidades de mantener su palabra que los mayores.
Aviso para navegantes…
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