Al margen de objetivos, proyectos, presupuestos, productividad y
demás asuntos propios de las empresas y de las organizaciones en
general, cada vez se habla más de la ética como una de las
características que deben definir a los líderes modernos. ¿Cuál es la
novedad? De los líderes actuales se espera que, entre otras cosas, sean
honrados, es decir, moralmente íntegros, y que transpongan esos valores
al entramado de sus organizaciones. Se sabe que este tipo de líderes
tienen una influencia decisiva en cómo se comportan y qué actitud
manifiestan quienes trabajan en su organización.
Lo curioso de la ética es que, cuando impregna todas las capas de las
organizaciones, es mucho más que el clásico recurso impuesto mediante
un plan de formación y el subsiguiente manual de referencia al que
acudir a consultar en caso de duda. El liderazgo ético deja claro desde
el principio que ese estilo en una “manera de trabajar” y que todo lo
que se hace dentro de la organización, todo, debe incluir una
perspectiva ética. La ética no es un envoltorio. Evidentemente, esto
sólo es posible allí donde hay confianza, donde la comunicación es
abierta, donde se genera un ambiente que permite hablar sobre ética y
debatir sobre los valores de la organización para mejorar su grado de
cumplimiento.
Centrándonos en las empresas, el liderazgo ético empuja a éstas a ir
más allá de leyes y reglamentos a la hora de cumplir sus obligaciones
con el mercado y los consumidores. Lo propio de las empresas éticamente
comprometidas es tener presentes cuestiones como la justicia social, los
derechos humanos, la sostenibilidad, etc. La ética empresarial no
admite excepciones; nadie en las organizaciones que optan por esta vía
puede funcionar al margen de sus principios. Además, más que un estado,
es un camino de aprendizaje continuo que exige vigilancia y conciencia
para captar los cambios que sufre el mundo.
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