Hace unos años se decía que una casa inteligente era aquella que
podía ser controlada a distancia. Ahora se amplía el concepto para
señalar que “inteligente” es aquella casa que puede controlarse a sí
misma. Según parece, la tecnología necesaria está ahí y todo va tan
deprisa que, suponiendo que este escrito se haya redactado dos meses
antes de su publicación, es perfectamente posible que cuando vea la luz
su contenido sea una absoluta antigualla. El hecho es que la tecnología
que permite convertir nuestras casas en inteligentes se generaliza poco a
poco, sobre todo en algunos terrenos, por dos razones de tipo
económico: porque cada vez es más barata y porque su uso permite
importantes ahorros de energía (calefacción, iluminación, refrigeración,
etc.).
Una conocida marca de electrodomésticos ha sacado al mercado una
nevera con una conexión WiFi, una pantalla en la puerta y un lector de
etiquetas de radiofrecuencia que permiten llevar el control de lo que
entra y sale en ella, establecer calendarios, conocer el tiempo y las
noticias, dejar notas, avisar de caducidades, etc. Si los comercios
estuvieran por la labor, sería capaz hasta de hacer el pedido vía
Internet puesto que sabe al instante lo que nos falta. Así que se
acabaron los imanes y los Post-it en la puerta del frigo…
Todo avanza. A veces, sin mucho sentido, como el caso de esa cuchara
inteligente que te informa de la velocidad a la que comes. O ese cepillo
de dientes inteligente que te tiene al tanto de tus hábitos de higiene
dental. No estaría de más desmitificar este mundo, poner cada cosa en su
sitio y lograr que las ventajas de la tecnología sean eso, ventajas, y
no complicaciones. Lo digo porque, después de revisar (y de probar) los
múltiples adelantos que pueden hacer que nuestra casa sea inteligente,
algunos expertos le están viendo las orejas al lobo. Dice uno: “me he
acostumbrado de tal manera a las condiciones que me ofrece mi vivienda
inteligente que, cuando viajo, entro en la habitación de un hotel y me
siento desnudo, desprotegido; siento que la habitación me es extraña,
que no me conoce”. Y continúa: “Esa tenencia que tanto criticamos según
la cual ciertas personas se sientan a la mesa con su teléfono en vez de
con sus acompañantes, va a ser una fruslería en comparación con el
problema que supondrá observar cómo, encerradas en sus casa
inteligentes, algunas personas se convierten en perfectos ermitaños”.
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