Para la salud del que ayuda, cuidado. Acabo de ver en televisión la
noticia de una campaña llevada a cabo en la ciudad de Nueva York
reclamando ayuda para los más 1,5 millones de habitantes de aquella
ciudad que pasan hambre y, en muchos casos, viven en la calle. Nueva
York, la ciudad de los contrastes… Resulta que, siendo una más de las
campañas que se organizan por todo el mundo con fines similares, me ha
sorprendido el eslogan utilizado para llamar la atención de los
neoyorquinos: “Bueno para ti” (Good for you), que precisamente enfatiza
la idea de que ayudar a los demás es bueno también para el que ofrece
asistencia.
Aquí se plantea la duda sobre el verdadero fondo del ser humano: ¿es,
como dijo Plauto y repitió Hobbes, el hombre “un lobo para el hombre”, o
es altruista de modo innato? Últimamente proliferan los estudios que se
inclinan por esta última opción: nos gusta ayudar por el placer de
ayudar; somos capaces de ponernos en el lugar del otro porque sí, de
nacimiento. Esa es la razón por la que ayudar a otros es fuente de
felicidad y repercute en nuestra salud. Ocurre, según esas teorías, algo
más: el altruismo es innato, pero una parte de él está en nuestras
manos: lo podemos potenciar y, del mismo modo, asfixiarlo.
Un experimento: según estos estudiosos, la felicidad que provoca, por
ejemplo la acumulación de bienes materiales es menos profunda y dura
menos que si su origen se sitúa en una experiencia emocional, como
dedicar tu tiempo a ayudar a otros. Parece que sí, que es cierto que el
dinero no da la felicidad. Un hecho concluyente lo demuestra: en Europa,
en los últimos 50 años nuestros ingresos se han multiplicado
vertiginosamente, no así nuestro nivel de felicidad, que sigue, más o
menos donde estaba en 1960.
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